Todo sobre Gadafi

Fueron ochenta y cinco minutos para la historia. Luego de siete días de protestas antigubernamentales y represión, en ocasiones brutal, el líder de Libia –El Líder, así le gusta que lo llamen, El Líder de la Revolución– se dirigió a sus compatriotas y al mundo. Muamar el Gadafi lució errático, más que nunca. Se dejó ir en un ejercicio de asociación libre que haría sonrojar a Hugo Chávez Frías, quizá el único aliado que le queda, ahora que el final se acerca. Improvisó; leyó las hojas que le pasaban sus áulicos; citó pasajes de su Libro Verde, la catequesis de la revolución libia, inspirada en el Libro Rojo, de Mao; declamó un poema y, cuando le informaron que por problemas de sonido no se había podido oír, lo repitió; repasó episodios sueltos de la historia (la masacre de Waco, Texas; la caída de la Unión Soviética; la batalla por el control de Faluya durante la invasión a Irak; la lucha contra Haile Selassie, emperador de Etiopía); tomó agua; se detuvo a recobrar el aliento; gesticuló amenazante; habló de drogas, barbudos con turbantes, Al Qaeda, la pena de muerte, las cenizas de sus abuelos, beduinos, la juventud de Libia, superpotencias, un califato inminente, Facebook y los medios de comunicación extranjeros, petróleo, palacios y Túnez.

Sus compatriotas lo sufren hace 41 años. Y siempre ha sido así. Una mezcolanza, escribió Robert Fisk, el corresponsal de The Independent en el Medio Oriente, entre “Mickey Mouse y profeta, Batman y Clark Gable y Anthony Quinn en el papel de Omar Mukhtar en León del Desierto, Nerón y Mussolini”. Sí: Nerón. El emperador que tocaba el arpa y declamaba versos mientras la eternidad de Roma ardía en llamas. Si no fuera una tragedia sería una comedia.

Gadafi insistió en discurso de 85 minutos, que no dejaría el poder en Libia.

Gadafi se había dejado ver brevemente el lunes, en su primera aparición ante las cámaras desde que Libia se contagió del espíritu revolucionario que despachó a los déspotas de sus vecinos Túnez y Egipto. El abuelo de las mil cirugías plásticas apareció montado en un campero desvencijado, cubriéndose de la lluvia con un enorme paraguas blanco. Detrás, las ruinas de un edificio. Como si fuera una personalidad de la farándula respondiendo preguntas a los paparazzi, Gadafi organizó unas cuantas palabras de cualquier manera. Comenzó por desmentir el rumor de que había huido hacia Venezuela. Venía de la Plaza Verde de Trípoli, dijo. Había conversado ahí con unos jóvenes. Todo bajo control. La escena completa no duró más de quince segundos.

Mientras tanto, los reportes desde las calles de Bengasi y Trípoli, las ciudades más importantes de este país de seis millones de personas, eran desconcertantes. Ante la ausencia de periodistas independientes que reportaran en directo desde el lugar, reinaban la confusión y la incertidumbre. Se decía que las fuerzas del régimen habían respondido con violencia a las protestas, que los muertos se contaban por cientos. Otros rumores advertían que aviones con mercenarios de Zimbabwe, Nigeria o Chad volaban hacia Libia. Las redes sociales bullían con información imposible de verificar: fotos y videos aficionados que transmitían episodios desesperados, sonidos de tiros y gente huyendo, escenas de hospitales llenos de heridos y cadáveres, personas despedazadas y otras imágenes atroces.

En medio de la zozobra, era claro que el miedo ya no era suficiente para que Gadafi mantuviera subyugados a sus compatriotas. Algunas partes del país cayeron en manos de las facciones opositoras a su régimen. A pesar de la represión, la gente siguió protestando. “Llegamos a un punto de no retorno”, relata Adam Ahmed, un estudiante universitario radicado en Estados Unidos, que ha permanecido en contacto con sus familiares y amigos en Libia. El miedo subsiste, pero no paraliza. Por primera vez en su vida, Ahmed sopesa la posibilidad de que el destino de su país y el del tirano no estén entrelazados.

Para el dictador, sin embargo, no cabe ninguna duda. “Yo soy la revolución”, proclamó desafiante, durante su alocución de ayer; “no me iré de Libia, moriré como un mártir”. Gadafi nació en un campamento beduino en 1941, y creció admirando las ideas de izquierda de Ernesto “Che” Guevara y el nacionalismo de Gamal Abdel Nasser. Con 27 años, y como capitán del ejército, participó en el golpe de estado contra el rey Idris, el 1 de septiembre de 1969. Así comenzó la revolución.